domingo, 6 de abril de 2014

EL PEQUEÑO SALVAJE - T. C. Boyle


Edición original en inglés en 2010
Publicado en castellano por Impedimenta en 2012.
Traducción de Juan Sebastián Cárdenas.
122 páginas.


Sinopsis:

A finales del siglo XVIII es encontrado un niño en un bosque de la zona de L'Aveyron (Francia). Su estado es similar al de los animales y pronto se convierte en un caso célebre en toda Francia. Tras pasar por varias instituciones su cuidado recae en Jean Itard, un joven médico empeñado a devolver a Victor (así decide llamar al niño) al seno de la sociedad humana.

Comentario del libro:

Con este libro nos adentramos en un mito muy recurrente de la edad moderna: el del niño criado al margen de cualquier tipo de civilización. Con antecedentes clásicos como Rómulo o Remo, los tradicionales fundadores de Roma que según la leyenda fueron amamantados por una loba; posteriormente, ya en la época de la Ilustración, el mito se desarrolló a través de la teoría del "buen salvaje" de Jean-Jacques Rousseau (en contraposición a las ideas mucho más pesimistas en torno a la humanidad de Thomas Hobbes); llegando así hasta el siglo XIX y comienzos del XX a través de ficciones de enorme calado en la cultura popular. Así, desde Mowgli, el protagonista de El libro de la selva de Kipling y aun más con Tarzán de los monos, el célebre personaje creado por Edgar Rice Burroughs, la sociedad moderna ha sentido evidente fascinación ante la idea de un ser humano liberado de todas las convenciones, tabúes y reglas establecidas por la cultura a lo largo de los siglos. Más allá de una mera posición etnocentrista (empeñada en demostrar la supuesta superioridad de la civilización occidental en comparación de aquellas que durante tanto tiempo han sido consideradas como primitivas) estas invenciones rebelan una especie de deseo oculto en el centro del mundo contemporáneo: el surgimiento de un ser humano libre de cualquier tipo de condicionantes morales y culturales, el antagonista absoluto de una sociedad de individuos domesticados y faltos de verdadera vitalidad.
No obstante, en el caso de El pequeño salvaje estamos ante una historia verdadera que no se adapta al romanticismo o la transgresión que rodea a este tipo de ficción, siendo uno de los pocos casos reales de un niño criado en el bosque y sin contacto con otros seres humanos. Aunque a la larga haya sido cuestionado desde muchos puntos de vista, este hecho, ocurrido entre los siglos XVIII y XIX y documentado por los diarios del médico y pedagogo Jean Itard, ha servido de inspiración para infinidad de estudios científicos, así como para la famosísima película de  François Truffaut.
Está claro que Boyle toma como punto de partida la película de Truffaut, de hecho es muy difícil leer esta novela sin tener sus imágenes en la cabeza, por lo tanto es más que aconsejable tomar el libro sin tener fresco su visionado. Pero, en todo caso, ahí donde Truffaut opta por la delicadeza o la poeticidad, Boyle prefiere ser mucho más directo y descarnado, dejando a un lado cualquier señal de sensiblería y asumiendo la narración (muy breve y concisa) casi como un texto estrictamente documental e incluso periodístico. Y aun así, habría que señalar la exquisitez de su prosa, su riqueza expresiva y un cierto aire socarrón que sabe impregnar a la trama y que sin llegar directamente al humor sitúa al lector en el límite de lo irónico, sobretodo en lo que respecta a los personajes que rodean a Víctor, ese niño salvaje que de la noche a la mañana vio cambiar el bosque y los cielos abiertos por los muros de las diferentes instituciones que pretendían estudiarlo o corregirlo.
Es inevitable comparar la historia de Víctor con la de otro niño salvaje famoso, muy cercano en el tiempo además: Gaspar Hauser. A diferencia del protagonista de El pequeño salvaje, Hauser estuvo mantenido en total aislamiento desde su más tierna infancia hasta el momento de su misteriosa liberación, pero disfrutó de un mínimo de contacto humano con quien le proveía de alimentos durante su encierro, quien presumiblemente le enseño algunas cosas, como por ejemplo andar. Pronto se demostró que sus limitaciones físicas y psíquicas eran superables con una paciente labor de aprendizaje, hasta el punto de aprender a hablar, escribir, tocar el piano y relacionarse perfectamente en sociedad. Contrariamente, en el caso de Víctor este aprendizaje se rebeló como una tarea prácticamente imposible. Esta circunstancia ha servido para especular sobre si el niño, además de criarse sin contacto humano, podría haber sufrido algún tipo de discapacidad. Es decir, que al margen de haberse saltado las primeras fases de aprendizaje en compañía de sus congéneres, lo cual complicaría mucho el desarrollo normal del habla, de los sentidos o de las habilidades motrices elementales y tan interdependientes de un adecuado desarrollo tanto neurológico como afectivo y psicológico, era muy posible que sufriera algún tipo de defecto cerebral congénito, lo cual quedaría patente en las enormes dificultades que Víctor tuvo durante toda su vida para dominar habilidades fáciles para un niño de corta edad. En todo caso, esta incapacidad fue un motivo de desánimo constante para sus cuidadores, los cuales, unos detrás de otros, intentaron demostrar sin éxito que Víctor era proclive a ser insertado de nuevo en la sociedad. El más tenaz, con diferencia, fue el joven medico y pedagogo Jean Itard, especialista en sordomudos, cuya tozudez por ayudar a Víctor a manejarse en el lenguaje rudimental le supuso sacrificar muchos años de su carrera. Boyle retrata a Itard como un científico ambicioso y deseoso de popularidad entre sus colegas y la buena sociedad, que ve en Víctor (cuyo caso se había hecho muy conocido en toda Francia) una oportunidad única para ascender profesional y socialmente. Aun así, tampoco procura mostrar a Itard como un científico falto de escrúpulos o sensibilidad para con su pupilo, pero sí deja claro como su frustración por lograr resultados importantes, asumiéndolo como un fracaso profesional, le suele llevar al borde del maltrato. 




En contraposición al punto de vista civilizado de sus cuidadores están los breves apuntes subjetivos desde la perspectiva del propio Víctor. Estos pasajes, que me aventuraría a definir como los más interesantes del libro, nos muestran un ser absolutamente elemental, únicamente movido por impulsos primarios como el hambre, el frío o el miedo. A medida que su aprendizaje entre otras personas avanza a duras penas, su perspectiva se va ampliando algo, pero nunca demasiado. Por ello es interesante señalar el hincapié que Boyle hace en algunos aspectos de la evolución de Víctor y que en otras versiones anteriores de esta historia son meramente insinuados o directamente ocultados, es el caso de la entrada en la pubertad y el surgimiento de la plena sexualidad, que el muchacho vive con confusión, pero también con una deshinibición que repugna y escandaliza a los que le rodean (recordemos que la historia transcurre a comienzos del siglo XIX). La frustración de sus educadores, la preocupación por no lograr encajarlo en las reglas establecidas o la más elemental capacidad de comunicación contrasta con la desmoralizante impasividad de Víctor, el cual es capaz de sumirse en la más total inactividad si encuentra sus necesidades más primarias cubiertas. Sin embargo, si bien su felicidad parece fácil de conseguirse, no podemos dejar de sentir una tristeza incalificable al ver a otro ser humano reducido a un nivel tan sumamente falto de matices (o quizás sea que no lleguemos a comprender como es posible vivir de esa manera).
En suma, se trata de una novela libre de toda la paja melodramática posible, pero que pese a su brevedad suscita varias preguntas interesantes: ¿Qué nos hace ser seres humanos? ¿Hasta que punto dependemos de los demás para desarrollarnos plenamente? Nos lleva a reflexionar que no somos nada sin esa esfera tan personal como colectiva que trasciende la carne y que está formada por estructuras complejas como son el lenguaje y nuestra capacidad de conocimiento e interpretación del mundo (no solo científico, también analógico, intuitivo, ético, imaginario, etc), las cuales han terminado por mantenerse y asentarse intersubjetivamente de una manera casi tan autónoma que escapa a todos los intentos de reducionismo. Víctor es un ejemplo de que hemos evolucionado para ser seres poliédricos, productores a la vez que dependientes de una intrincada red de significados retroalimentados por la experiencia colectiva y cotidiana, por las emociones, por lo simbólico, por el cuestionamiento ético y moral, por lo histórico y social, todos ellos aspectos imprescindibles para llegar a desarrollar unas capacidades intrínsecas del ser humano que si bien parecen venir "de serie" no son nada por si mismas.

Reseña de Antonio Ramírez.